
A unos 200 kilómetros de Cuiabá, capital de Mato Grosso, el etnoturismo está ganando terreno y despertando el interés de visitantes de diversas partes del mundo. Desde enero de 2024, el Territorio Indígena Umutina, en Barra do Bugres, recibe turistas, en su mayoría estadounidenses y europeos, para que vivan experiencias inmersivas en las aldeas del pueblo balatiponé.
El proyecto fue presentado por el cacique Felisberto Cupudunepá durante la 37ª edición de Festuris, la Feria Internacional de Turismo de Gramado. La participación marcó el debut del turismo comunitario indígena de Mato Grosso en uno de los mayores eventos del sector en América, acercando culturas y mostrando al público una forma auténtica y sostenible de hacer turismo.
La iniciativa, totalmente legalizada por la Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas (Funai) y por el Gobierno del Estado de Mato Grosso, nació con el propósito de fortalecer la cultura local y generar ingresos de forma sostenible. Cada una de las 14 aldeas del territorio, que ocupa una superficie de 28 000 hectáreas, alberga entre 50 y 80 habitantes. De ellas, seis aldeas están preparadas para recibir visitantes y ofrecen experiencias genuinas de convivencia y aprendizaje a través del turismo.
El turismo como herramienta para fortalecer la comunidad
El cacique Felisberto Cupudunepá explica que el turismo surgió como una estrategia para valorizar la cultura y crear oportunidades dentro del territorio. «Cuando decidimos trabajar con el turismo, teníamos un objetivo claro: generar ingresos mediante la difusión de nuestra cultura. Así, los recursos que provienen de los turistas ayudan a traer de vuelta a nuestra gente que se fue de las comunidades por falta de opciones de ingresos. El turismo es un instrumento para generar prosperidad dentro de las aldeas», afirma.
El líder destaca que el proyecto también refuerza la cooperación entre las aldeas. «Cuando un turista visita una comunidad, acaba involucrando a los habitantes de otras aldeas. El beneficio es directo o indirecto para todos», añade.
Según el cacique, el pueblo balatiponé se organiza en familias con diferentes aptitudes, como la agricultura, la pesca y la extracción, lo que convierte al turismo en una actividad integrada. «Es como si fueran clanes. Cada grupo tiene su habilidad, y el turismo nace de la unión de todos», explica.
Experiencias y culturas reales
Cada aldea ofrece experiencias propias, que van desde presentaciones culturales y bailes tradicionales hasta rituales realizados en épocas específicas del año. Los visitantes también participan en senderos con plantas medicinales, talleres de grafismo y actividades como pesca, preparación de harina y bebidas típicas.
«Allí todo es auténtico, la cultura está viva, nada se monta solo para el turismo», explica Arthur Varanis, empresario responsable del desarrollo del proyecto. «El tiempo de estructuración fue de 12 meses, con el equipo de consultoría trabajando junto con los indígenas. Pero el proyecto está gestionado al 100 % por ellos», destaca.
Desde el principio, más de 30 turistas extranjeros han participado en las experiencias. Una pareja de canadienses, encantada con la experiencia, llegó a planear volver a la aldea para celebrar su boda allí. «Es muy gratificante llevar un poco de nuestra cultura, sobre todo porque nuestro pueblo fue dado por extinto en el siglo pasado. Hoy demostramos que estamos vivos, con nuestros rituales y tradiciones preservados», celebra el cacique Felisberto.
CÓMO VISITARLO: Las reservas y los pagos se realizan en línea, a través del sitio web del proyecto: balatipone.com.br, lo que garantiza la transparencia y la autonomía de las comunidades involucradas.




